No podía menos que la primera entrada dedicársela a mi querida Pannonica. Desde que la conocí, va conmigo donde quiera que vaya y todo debe pasar el filtro de la Baronesa del Jazz.
Hablo de ella como si la hubiese conocido en persona, pero no es así. ¡Cuánto me hubiera gustado! La verdad que he leído y visto tanto de Nica (cómo solían llamarla) que puedo considerarla mi amiga a la cual guardo un cariño especial.
Los que me conocéis sabéis de mi pasión por el jazz, por lo que brujuleando a través de Thelonius Monk, descubrí a Pannonica. Lo que más me gustó de ella es que a pesar de venir de una familia muy rica, los Rothschild, lo dejó todo y cambió sus amistades de la alta sociedad por brillantes músicos afroamericanos. Podéis haceros una idea lo que suponía, en los años 40 y 50, en una América segregada una mujer blanca rodeada de negros y todo a lo que tuvo que enfrentarse. Cuando alguien quiere conseguir su sueño no parará hasta alcanzarlo.
¿Sabéis de dónde viene el nombre de Pannonica? Ella siempre decía que era el nombre de una mariposa, pero realmente es como se denomina a un tipo de polilla. Nadie puede privarnos de nuestros sueños a no ser que lo permitamos. ¡Qué es una mariposa más que una polilla vestida de fiesta! Por lo que era más protagonista de lo que ella misma pensaba. El nombre se lo puso su padre, un gran aficionado entomólogo.
El jazz entro en la casa de los Rothschild a través del padre de Nica, atraído por esta corriente que estaba tomando forma en Europa. Cuando Víctor, hermano de nuestra protagonista y gran amante del jazz, supo que el pianista Teddy Wilson impartía clases en Londres, no dudó en apuntarse y llevaba a la pequeña Nica para que asistiera a las lecciones. Lo que ella no sabía es que, años más tarde, Teddy Wilson la introduciría en la escena neoyorquina.
Era una jovencita muy decidida, aprendió a conducir animada por su hermano y a pilotar aviones, era una manera de escapar de la jaula de oro en la que vivía y así sentirse libre. Una vez presentada en sociedad debía asistir a fiestas para encontrar marido, cosa que detestaba, pero aprendió a sacar provecho ya que su único fin en estas fiestas era la música y los músicos.
Se casó buscando la ansiada libertad, pero lo que no sabía es que volvía a estar enjaulada, siguiendo las estrictas normas y horarios que le imponía su marido, el Barón Jules de Koenigswarter. Para ella era inevitable sacar a relucir la polillita que llevaba dentro, llegaba tarde a cenar en numerosas ocasiones y su marido respondía rompiéndole sus preciados discos de jazz. La verdad que poco interés o más bien nada era lo que tenía Jules por los gustos de Nica, considerando que no eran cosas serias.
Estuvo en el frente durante la II Guerra Mundial junto a la Francia Libre de De Gaulle. En 1945, una vez terminada la guerra, vivieron en Paris, Noruega y finalmente en México. Ella estaba encantada con la idea de mudarse de Noruega a México, detestaba las fiestas de alta sociedad, en las que tenía que ejercer de anfitriona, con un estricto protocolo en el castillo Gimle, en Oslo, donde vivían. Fiestas que debían estar a la altura del cargo de Embajador en Noruega que desempeñaba su marido. Lo que más le reconfortaba de este traslado era la idea de tener Nueva York más cerca.
Una vez en México las cosas no cambiaron mucho. Otra vez la vida diplomática ocupaba su vida. Aunque esta vez era diferente ya que tenía un amigo que pertenecía al círculo musical, que le proporcionaba discos de jazz y dejaba que los escuchara en su piso. En una de estas visitas, tras escuchar la sinfonía Black, Brown and Beige de Duke Ellington, sintió, como ella misma definiría, “La Llamada”. Algo dentro de ella le decía que pertenecía al lugar de donde procedía esa música y que de alguna manera debía implicarse.
Viajaba a Nueva York siempre que podía, buscaba cualquier excusa para poder ir. En uno de estos viajes, cuando estaba dispuesta a coger un vuelo de regreso a México, decidió pasar antes por el piso de su amigo Teddy Wilson. Preguntó a Nica si conocía a Thelonius Monk, un joven músico que acababa de sacar un disco, al contestar que no, el decidió ponerlo para que pudiera escucharlo. Fue un placer para sus oídos, lo reprodujo una y otra vez. Tenía que conocer a la persona creadora de aquella melodía tan bellamente abrumadora. Perdió el vuelo y nunca más regresó a casa.
Se instaló en el suntuoso Hotel Stanhope de Nueva York. Estamos en el año 1949, por lo que en el hotel existía una política de segregación, donde los afroamericanos solo y exclusivamente entraban por la puerta de servicio y no se les permitía alquilar habitaciones ni estar en las zonas comunes. Esto no fue ningún impedimento para que Nica entrase por la puerta principal con sus amigos y poder realizar jam sesions en su habitación. Cómo os podéis imaginar fue un escándalo, que a ella le dio exactamente igual y continuó haciéndolo.
Formaba parte de la escena de jazz neoyorquina. Amaba la rebeldía que le regalaba el jazz y el bebop. Mecenas de grandes músicos, les proporcionaba todo aquello que pudieran necesitar con el fin de que siguieran haciendo aquella música; desde solucionarles el alquiler, proporcionarles alimentos, visitarlos en el hospital hasta pagar sus funerales. Amiga íntima y mecenas de Thelonius Monk, al que protegía como un pajarillo herido, desde el momento que fueron presentados por su amiga Mary Lou Williams, una gran pianista de jazz. Nadie le decía con quién debía de hablar ni que debía de hacer, cuando quería comer llamaba al servicio de habitaciones y si quería salir, se subía al coche, no había horarios. Era feliz. Cómo diría ella misma en una entrevista con Nat Hentoff en Esquire “La música es lo que me mueve. Es lo que cuenta en realidad, lo que vale la pena explorar. Un ansia de libertad. Y a lo largo de mi vida no he encontrado nunca a nadie cuya amistad me colmara tanto como la de los músicos de jazz que he conocido”.
Muchos músicos de jazz realizaron composiciones en su honor, como Pannonica de Thelonius Monk, For Nica de Kenny Dorham, Nica Steps Out de Freddie Redd, Nica de Barry Harris entre otros.
Nica tenía muy claro lo que quería, tanto es así que obviaba los comentarios despectivos que se vertían sobre ella. Siempre decía que, “cuando arrojas el corazón tras la valla, la cabeza va detrás”. Estaba donde quería estar. Lo había conseguido.
Como suelo decirles a mis clientes, es muy importante que confiemos en nosotros mismos y ser conscientes de nuestras limitaciones para evitar frustrarnos; al final las limitaciones solo nos ralentizan el camino, pero no nos evitan llegar al éxito. No hay personas mejores que otras, solo personas que han ido un poquito más allá o que simplemente han decidido dar el paso que a ti te falta.
No hay problema, te ayudaré a encontrar lo que te frena y tú mismo/a abrirás las alas como Pannonica.
Te lo pongo fácil, primera consulta gratis, charlemos un ratín y después tú decides.